Todo el mundo sabemos que, de alguna u otra forma, nuestras mamás siempre tienen la razón.
Y es que son esa especie de seres humanos, que quien sabe porqué, pero siempre, siempre, lo saben todo; siempre tienen la razón cuando nos dicen las cosas pero nosotros, por necios, no hacemos caso y ahí vamos de idiotas a hacer tonterías y al final mamá siempre es la que va a estar ahí para decirnos «¡Te lo dije!» o «Ves, nunca me haces caso», es la que siempre va estar ahí para nosotros aunque hayamos hecho la estupidez más monumental del mundo.
Hoy decidí escribir esto porque he estado atravesando por muchos cambios en mi vida y he tenido muy presente una cosa que siempre me ha dicho mi mamá, pero nunca le tomé importancia porque siempre pensaba cosas como «¡Ahg! ¡Aquí va el mismo sermón otra vez!» y bloqueaba mi cabeza para no escucharla; hasta hoy puedo ver que eso que siempre me repite tiene más de una lección de vida que debo, y voy a recordar siempre. Esas lecciones tienen que ver con la humildad y el amor propio.
Mamá siempre me ha dicho que camine derecha (erguida), con la frente en alto, mirando al frente y a los ojos de las personas; que nunca camine jorobada viendo al piso porque no soy menos que nadie, y mucho menos estire de más la cabeza para mirar a las personas hacia bajo, creyéndome más que todos para humillarlos.
¡Wow! La verdad es que yo creo que es el consejo y la enseñanza más increíble que mamá pudo enseñarme. Tiene varios puntos importantes: igualdad, nadie es más o menos que otras personas, todos somos seres humanos con defectos y virtudes y nada nos hace mejor o peor que otros; humildad, cuando me encuentre en una posición privilegiada, no abusar de ello y tratar a quienes no tienen esos privilegios con respeto y amabilidad; y finalmente, y el más significativo para mi, amor propio, pues no debe sentirme inferior a nadie y debo estar orgullosa de quien soy, de dónde vengo y lo que tengo para ofrecer, sea mucho o sea poco.
¿Por qué digo que esto último es lo más significativo para mÍ? Bueno, porque la verdad yo siempre me sentí menos que los demás, me sentía poca cosa y sentía que nadie me quería. Y es que desde que tengo memoria, siempre me han hecho burlas por mi apariencia física, siempre había sido esa niña muy gordita con unos chinos impresionantes (literalmente era una pequeña bolita de carne con otra bolita de rizos en la cabeza). Recuerdo perfecto que en el Kinder, nadie quería estar conmigo en los recreos o nadie quería jugar conmigo porque estaba «gorda», porque cada que me quería subir a las resbaladillas, columpios o sube y bajas, todos corrían y se alejaban porque los iba a romper por lo gorda que estaba.
Desde ahí mi autoestima se fue a la mierda y los primeros síntomas de depresión empezaban a desarrollarse en mí. En la Primaria y Secundaria, las cosas no cambiarían porque seguía siendo esa gorda con chinos sin amigas; yo odiaba mi cabello y mi cuerpo porque todas las demás niñas era rubias, cabello liso y delgadas, nadie quería ser mi amiga porque no era como ellas, yo me ponía mi y un productos en el cabello para que se hiciera lacio y desaparecieran mis rizos, trataba de comprarme ropa igual al de las otras niñas para parecerme a ellas; bueno, hice mil y un cosas para dejar de tener mi aspecto físico y parecerme a ellas para que me aceptaran como amiga.
Ya se imaginarán todos los problemas que me traerían todos estos traumas. Yo tenía nula seguridad en mí misma porque además de querer encajar en ese círculo social, las niñas no me aceptaban y me hacían muchas burlas y muchas maldades para que yo quedara en ridículo. En mis miles de intentos de pertenecer a ese grupo de niñas, mi estrategia fue suplir mis cualidades físicas con las intelectuales; yo era la ñoña del salón, la que siempre hacía las tareas y se las pasaba a todas las demás, así ellas me consideraban su amiga. Sí, hice muchas cosas para pertenecer y ser aceptada.
Esa necesidad de aprobación y aceptación, me llevaron a tener trastornos alimenticios porque yo quería ser delgada como las demás, tuve muchos problemas de salud y con mi familia por todos los problemas en los que me metía con tal de pertenecer a ese grupo de niñas con las que me comparaba todo el tiempo y a las que aspiraba a parecerme.
Esta fue la historia de mi vida hasta la Universidad, cuando las cosas empezaban a cambiar. Aún era la ñoña que entraba a todas las clases, hacía todas la tareas, la obsesionada con que todo fuera perfecto y sin faltas de ortografía, etc., pero ya estaba cambiando fisicamente. Ya había crecido, había bajado de peso, empecé a aceptar mi caballito rizado y me enamoré mucho de él, me «arreglaba más» (usaba maquillaje y esas cosas girly), y tenía amigos increíbles, mucho más maduros, que no se burlaban de mí y mi físico. Perooooo aún no me sentía bien conmigo misma, todo ese trauma de la niñez y adolescencia me perseguía, había algo que no me dejaba estar bien conmigo mismo a pesar de que mi físico ya no era ese que tanto me traumaba.
Lo que en realidad me pasaba es que yo no tenía autoestima ni confianza en mi misma porque nuca supe cómo desarrollarla. Seguía siendo tímida y me daba pena hablar con niños que me gustaban, no era muy sociable y siempre estaba ahí en la sombra por miedo a que se burlaran de mi o a que no me quisieran, tenía miedo de volver a revivir todos esos monstruos de mi niñez y adolescencia. Empecé a salir de fiesta y a emborracharme hasta más no poder porque el alcohol me hacía más divertida y me «ayudaba» a ser más social y a atreverme a coquetear con todos los que me gustaban. Pero como ese efecto no dura para siempre, cuando se me bajaba la peda, yo entraba en un bajón horrible, eran sentimientos de profunda tristeza y soledad; me odiaba mucho porque no podía ser así de «feliz» y social estando sobria.
Todos esos sentimientos me los guardaba para mi y mis amigos sólo veían esta parte donde disfrutaba salir de fiesta y era la niña más divertida y cool en la peda. Mostraba una personalidad que la verdad no tenía nada que ver conmigo; sí, me divertí y disfruté muchísimo, pero siempre siempre, todo terminaba en una depresión muy fea.
Luego vinieron mis primeras experiencias amorosas «reales», con Saddam confundí el sexo con el amor y al final sentí una humillación horrible; luego llegó Luis, mi primer novio, de quien me enamoré de la peor forma y al final me destrozaron el alma, el corazón y todo lo que podía romperse en mí, se rompió. Estas dos experiencias, más la de Luis, fueron las detonantes para que yo cayera en un agujero negro de depresión y ansiedad extrema; fueron meses horribles donde lo único que hacía era dormir, llorar, llorar, dormir, comer, volver a llorar, dormir, llorar y más dormir; comía una vez al día, a veces pasaban 4 días sin que me bañara, mi Trastorno alimenticio regresó porque de nuevo regresó el fantasma de las comparaciones y me quería parecer a todas esas niñas con las que Luis me era infiel; llegué a pesar 40 kilos ¡40! era un esqueleto con la cara toda caída y chupada… la verdad es que no me sentaba bien estar delgada, lol.
Cuando por fin logré recuperarme de este trauma con ayuda de Paty y todas las horas de terapia y mis medicamentos para combatir mi depresión y ansiedad, pude empezar a construir mi autoestima y a entender esa enseñanza de mama: No soy menos que nadie, debo ir por la vida caminando derecha, erguida, con la frente en alto y viendo a los ojos a las personas porque yo no soy menos, ni valgo menos que nadie.
Me costaron mares de lagrimas de sangre poder llegar a donde estoy ahora, no, no es que ya sea la persona con más seguridad y autoestima en el mundo, pero por fin empecé a darme cuanta de mi valor, de quien soy. Me falta muchísimo que trabajar en mí, pero definitivamente fue un paso muy muy grande sentirme como me siento ahora. Y pues, obvio que tengo mis inseguridades físicas, pero estoy aprendiendo a aceptarlas, a vivir con ellas y a trabajar con ellas. Por ejemplo, ahora, ya no hago una rutina de ejercicio por algo estético como bajar de peso y estar flaca, entreno en el gym por mi salud, porque me ayuda a estar activa y a rendir más en ciertas actividades y porque es una forma de distracción que no sé porqué, pero me hace sentir bien, es como un lugar para escapar de eso malo que me pasó en el día.
Mi mamá ha sido una parte importante en este proceso, porque además de que ese consejo y enseñanza que siempre me repetía me ha ayudado más de lo que yo imaginaba, esa mujer es un ejemplo de vida, de luchar por salir adelante y porque no importa cuanto la cague y la cague, ella siempre va a estar ahí para ayudarme a curar mis heridas, para ayudarme a pegar mi corazoncito, y va a estar ahí aunque siempre me empeñe en alejarla…
Lo que me gustaría dejarles en este post, es que escuchen a su mamá, esas señoras son las diosas de la sabiduría, quien sabe cómo le hacen, pero lo hacen y muy bien…